Vuelta al origen

Culturas, hay muchas. Prácticas atroces, también. ¿Pero qué pasaría si estas se convirtieran en tu perdición? La pasión de una joven cavará su tumba y la de muchas mujeres por su oficio, convertidose en una obsesión.

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Él llevaba la cuenta de cada pelo. Uno por uno, empezando por mi brazo, acabando por el resto de mi cuerpo. Así fue durante horas, sin poder moverme, sin poder comunicarme con nadie. ¿Por qué tenía que pasarme esto? Justo el primer día que volvía a casa. ¡Sabía que pasaría! Pero justo ahora… ¿Por qué hijo? ¿Por qué…?

Desde la cárcel lo sentía, incluso lo experimenté. Nadie quería acercarse a mí, pero yo necesitaba acercarme a ellas. Eran mi única salvación. Las noches teñían el lugar de negro, era todo tan oscuro… De ahí podía salir todo, cada pesadilla, cada miedo, podía hacerse real. El mío era concreto, pero no se almacenaba tan solo en mi mente, sino que también existía, era palpable. Vuelvo a disculparme, me disculpo ante todas esas chicas que habrán vivido lo que yo ahora viví. Chicas jóvenes, futuros desperdiciados, pero tampoco es mi culpa, ellas lo eligieron. Fueron libres, no recae toda la culpa sobre mí, ¿verdad? Fuera e incluso dentro de prisión, yo seguí proporcionando mi servicio, mis conocimientos. Sobre todo, entre esas cuatro paredes, eran importantes mis hazañas, las salvaba de futuros problemas. Y es verdad que me aprovechaba de ello, pero era el precio a pagar, supongo. ¿Para qué lo quieren? ¡Es mi recompensa! Pero la noche, la terrible noche. Los escuchaba, incluso los vi deambular. Iban a por ellas, estaban volviendo al origen. Pero eso era imposible. ¿Acaso eran espectros…?

En esta zona de Asia es tradicional, no es una práctica deseada, ni mucho menos, ni tampoco legal. Pero esas chicas, necesitan esto. A veces una mala acción, es un buen gesto para otro. ¡Yo no perjudico a nadie! No es un estado avanzado… Mi madre lo hacía, pero murió al darme a luz. Como mucho habrá hecho cinco trabajos, ya que se quedó embarazada de mí muy joven. Mi madre me crio, y mi abuela me enseñó. ¿Cómo sobrevivió mi abuela? ¿Por qué nadie me avisó? Es tan injusto, ni mi propio padre. Pero da igual culparlos ahora, es inútil.

Empecé con el negocio al cumplir los dieciséis años, he estado dedicándome a ello siete años. Durante ese tiempo mi padre y mi abuela murieron, pero por suerte, ya conocí a un hombre en ese entonces. Era bastante mayor que yo y me daba todo, todo lo que estuviera en sus manos. No me veía como algo sexual, era más paternal que otra cosa. Por mí estaba bien, podía vivir mi feminidad libremente, incluso parecía que no estuviera atada a alguien. Es un hombre encantador. A decir verdad, nunca le dije a qué me dedicaba. Era algo de conocimiento popular, pero más en los barrios bajos, y sobre todo, mujeres.

Y así estuve todos estos años, consiguiendo “amuletos”, aunque esa era solo la fachada. La realidad era que los utilizaba para traficarlos como material de brujería, específicamente magia negra. Jóvenes que no podían cuidar de un hijo por diversas razones, jóvenes víctimas de violadores que no querían criar un hijo fruto del abuso. Yo hacía abortos clandestinos. A cambio, dinero y sobre todo, el feto. Pocas veces me preguntaban qué haría con él, yo respondía que tirarlo, pero entre el gremio, se pensaban que los disecaba y reducía para crear amuletos de fortuna o mala suerte. Pero no era así, mi familia estuvo ligada a la proporción de este tipo de materiales generaciones y generaciones. ¿Ganaba más capital por traficarlos como material de brujería que por amuletos? Sí. ¿Era la razón principal? No. Es tradición, y es el legado que tengo que seguir.

Con pocos utensilios y técnica, podía llevar a cabo esos abortos. Y gracias a las hierbas medicinales, las chicas podían sobrevivir, aunque también yo mejoraba en cada interrupción que hacía. Nunca es un buen trago para nadie, pero al pasar del tiempo, también aprendí a tratar con las chicas, suavizar el dolor psicológico durante y después de la hazaña, era un gran apoyo para ellas. Estos fetos no superaban los tres meses, aunque ese tiempo ya era bastante límite. La mayoría eran entre uno y dos meses, habré practicado alrededor de unos noventa abortos. Siempre era uno o dos abortos al mes. El perfil de mujeres que acudían a mí eran lo ya dicho, chicas jóvenes, normalmente de escasa adquisición económica y por casos de embarazos indeseados. Aunque lo que más abundaban eran casos de violaciones, algo que me preocupaba bastante.

Pero todo cambió pocos años después, cuando empecé a ver la belleza en esas pequeñas criaturas aún no desarrolladas. Todos tenían rasgos más y menos definidos. Era increíble verlos. Todas las formas que podían tener. ¿Cómo de algo así podríamos salir nosotros? Fascinación es lo que sentía cada vez más por ellos. A veces, podía ver su rostro, no hablo de su rostro prematuro ni nada por el estilo. Yo podía cavar con mi mirada en esas facciones y ver su carita que hubiera tenido. Mi familia siempre había pasado por algo este tipo de cosas. Tampoco estoy segura, pero mi abuela (y con seguridad, mi madre) eran personas que hacían el trabajo y se olvidaban de ello. Era su forma de vida, no su pasión. En eso se convirtió lo que hacía, ya no volví a ser insensible ante esos pequeños ángeles caídos, ahora, los miraba con amor. ¿Por qué nadie lo había visto antes? Supongo que es porque nadie se ha dedicado tanto tiempo a esto a excepción de familias como la mía. Pocos pueden ver más allá de la magia negra. Yo encontré paz en ellos. Cada hazaña que hacía, era como un parto. A diferencia de antes, ahora los sacaba con cuidado, los miraba a la cara y sonreía. Las madres no se sentían muy cómodas al ver mis reacciones. Pero tampoco las culpo, no han tenido la ocasión de compartir tantos momentos como yo con ellos. Y allí empezó el fin de mi negocio, no el de abortar, sino el de traficar. Yo sentía que esto no era el destino para una criatura tan inofensiva y delicada como eran estos bebés. Así que me retiré, ya no era la distribuidora de muchas sectas. Ellos se enfadaron, por supuesto que se enfadaron, tuve discusiones con muchas organizaciones del estilo. Pero yo no era la única que hacía ese trabajo, hay muchas más mujeres que hacen hazañas y venden el material. Sin embargo, para mí, ya acabó.

Ahora eran míos, los pequeños podían ser liberados. Podía vivir tranquilamente de hacer la hazaña y no vender a ninguna criatura. Como comadrona que era y dueña del residuo, yo acogía a estas pobres criaturas en mi hogar. Tenían que estar en un lugar algo oculto, mi amado no podía saber lo que guardaba a sus espaldas, no lo entendería… Así que instalé una pequeña nevera en el sótano, detrás de varias cajas y muebles. El sótano era un lugar al que solo yo iba, además era algo difícil ver cualquier cosa allí. La luz se extendía y solo iluminaba una área de dicho espacio, mientras que la única luz necesaria para contemplar a estos infantes era la del propio electrodoméstico. Allí dentro se encontraban mis niños, dentro de botes de cristal llenos de formol conseguido gracias a contactos en farmacias y a 5º de temperatura. Era perfecto, allí los podrían estar cuidados de forma pasiva. Algunas tardes, cuando estaba sola, abría esa puerta que me llevaba a la felicidad. Todos en fila, con su nombre grabado en una etiqueta, todos mis niños. Los admiraba detenidamente, aunque también les hablaba, estaba segura de que me podían escuchar. Era todo perfecto, era mi vida soñada, pero no todo era un camino de rosas.

Muchas noches eran algo espantosas para mí, los podía oír. Desde esa habitación bajo tierra, podía escuchar resquicios de unos llantos. Llantos desesperados de niños indefensos. Yo no me atrevía a bajar, en absoluto, y mi amor dormía como un tronco por su tan fuerte medicina que tomaba. Solo yo vivía esas pesadillas nocturnas hechas realidad. Y entonces ese amor, cada vez se convertía más en miedo. Pero no los podía odiar, eran mis criaturas, no podían hacer nada más que eso, hasta que ocurrió un hecho insólito. Durante una noche concurrida, como muchas otras, escuché cristales reventar. Desde mi cama, di un brinco exagerado, acompañado de una aceleración del corazón que me iba a matar. ¿No pueden ser ellos, verdad? ¿No pueden salir de allí, verdad? Me preguntaba constantemente durante esos momentos de horror. Pero mis dudas fueron resueltas con vivas imágenes a escasos metros de mí. Desde la puerta, vi como se arrastraban, eran ellos, mis niños. Jadeaban torpemente, les costaba hacer cualquier acción. Yo empecé a chillar, mi miedo era extremo. Nunca antes imaginé que pasaría eso. Nadie me preparó para esto.

En el transcurso de esta anécdota macabra, los vecinos empezaron a encender sus luces y salir de sus casas confusos por el origen de esos sonidos extraños y mis gritos. Estaba claro que alguien llamaría a la policía, y acudieron inmediatamente. Yo, asustada y desesperada, encendí las luces para por lo menos, poder ver. Entonces vi a algunas de esas criaturas tiradas en el suelo, sin poder avanzar, muertas. A la vez, la policía empezó a llamar a la puerta, teniendo que derribarla, ya que yo me quedé inmóvil en la entrada de mi habitación. Cuando la policía tiró la puerta, se encontraron con un escenario pútrido y de película de horror, y me detuvieron. Así es como acabé en la cárcel, sabían de mis negocios, y esos pequeños fetos fueron la prueba definitiva para ellos. Me condenaron a cuatro años en prisión, tan solo por los abortos probados, siendo los fetos que encontraron en mi casa. Me tomaron por una loca, una persona que coleccionaba fetos porque sí. Aunque eso me ayudara en el juicio, me ardía en el interior. Otra vez, no me entendían…

Entre barrotes viví un maltrato constante. Era una cárcel bastante pobre, era sucia, no nos daban la suficiente comida, las duchas eran muy escasas y el abuso por parte de los guardias de seguridad era extremo. Todas allí sabían por qué me habían encerrado, por ese motivo nadie se acercaba a hablarme. En un principio no me importaba, no necesitaba relacionarme con nadie, solo tenía que sobrevivir. Las torturas a las que nos sometían los guardias eran intolerables, pero nadie hacía nada. Nos pegaban a la mínima oportunidad que tenían para justificarlo. Aunque en realidad no se lo tenían que justificar a nadie, podrían hacernos más, pero tenían ese pequeño grado de humanidad. Sin embargo, hay mucho más. El abuso no solo era físico, sino que también sexual. Yo pude librarme de ello muchas veces, pero otras sufrían ese asqueroso destino. Lo hacían dónde sea, cuándo sea y de las peores formas. A veces solo era uno, a veces eran dos o incluso tres. Era habitual despertarte en mitad de una noche y escuchar quejidos y gemidos. Era completamente aleatorio, le podía tocar a cualquiera. Cuando más pasaba aparte de la noche, era en la hora de la ducha. Nos desnudaban y con una manguera de alta presión, nos limpiaban a golpes de agua. Hasta la higiene dolía. Muchas reclusas usaban ese momento para beber algo de agua e hidratarse, pero si un guardia lo notaba, tu castigo estaba asegurado.

A mitad de mi primer año, ocurrió lo que era comprensible: una de las presas quedó embarazada. Lo que me extrañaba era que no hubiera ocurrido antes. Ese momento fue lo más irónico, yo, alguien a quien habían querido evitar todo este tiempo, era su salvación. Un grupo de mujeres, las cuales acompañaban a la joven embarazada, me pidieron que hiciera una hazaña. Yo en un principio me negué por simple orgullo. Pero le di vueltas, vueltas y vueltas. Podría ver la carita de otra criatura, pero, por otro lado, sentía el miedo, el miedo de lo que ocurrió esa noche. Sin querer pensar mucho en lo segundo, me dejé llevar por mis sentimientos de amor hacia esos fetos. Acepté su petición.

Esas mismas amigas de la víctima fueron las que me proporcionaron las herramientas necesarias para hacer el trabajo, aunque eran algo precarias y ni siquiera teníamos hierbas medicinales. Les avisé sobre los peligros y consecuencias que tendría hacer un aborto y aceptaron decididas. La futura madre quería morir antes que engendrar a un niño de un violador. Y así fue como hice mi primera hazaña en la cárcel. Con una percha, introduje una punta por la vagina de la joven hasta encontrar al feto y pincharlo. Entonces, con ayuda de una delgada vara con algodón en la punta, lo mojé en un plaguicida para seguidamente, al igual que con la percha, hundirlo en su órgano reproductor hasta llegar al niño. Esa parte era la más complicada, ya que un plaguicida puede dañar las cavidades vaginales, así que el líquido fue vertido en la parte más interior del algodón y así no dañar a la mujer mientras se está introduciendo. Una vez detectado al pequeño, lo pinché y moví la vara para ir esparciendo dentro del niño el químico que descompone ligeramente su cuerpo para una mejor extracción. Con la percha fuera y la vara aun dentro, pequeños masajes agresivos le empecé a hacer a la chica bajo su vientre, para que el feto vaya moviéndose. Todo el proceso fue largo, sobre todo esta última parte, hasta que salió. Pudo expulsarlo sin causarle casi ningún daño a la madre. Eso se debe al poco tiempo de gestación que llevaba y mi habilidad, incluso sin las hierbas, la chica sobrevivió.

Me sentí bien, ayudar a alguien, ejercer de nuevo mi pasión. Dentro de mí, deseaba que esto volviera a suceder. Las chicas se fueron y yo me quedé con la criatura, mis sentimientos florecieron otra vez, como si el invierno en mí hubiera acabado y la primavera apareciera de repente. La alegría que sentía se podía ver en mi sonrisa y después, en mis ojos. Tanta era mi felicidad que mis ojos empezaron a rebosar lágrimas mientras mi corazón latía fuertemente. Aunque había esa mosca detrás de mi oreja, esa mosca que me recordaba el porqué era mejor dejarlo pasar, el no volver a realizar hazañas. Así que por una vez hice algo prudente. Cogí a la criatura sin vida y la llevé al patio, donde la enterré disgustada. Yo no quería hacerlo pequeña, pero la vida es así de injusta. Intenté centrarme en otras cosas y no darle vueltas al asunto, pero unas noches después volvió a pasar. Eso de lo que tanto miedo tenía, sucedió de nuevo. Unos llantos se escucharon, llantos lejanos, muy lejanos, pero se escuchaban. En ese punto ya no sabía si era yo la única que podía escucharlo o no. Igualmente, era imposible que esta vez pudiera volver, ese feto estaba enterrado fuera. No está recibiendo ningún tratamiento ni tiene la fuerza para salir de la tierra. O eso pensaba yo.

La oscuridad de la prisión. Los miedos, los horrores. Gracias a los llantos del bebé, casi no ocurrían las violaciones nocturnas por parte de los guardias. Estos estaban igual de aterrorizados que el resto de prisioneras. Era algo extraño, inexplicable y tenebroso. Durante estos días intentaron buscar el origen de esos incesantes lloros, pero a estas alturas, ya era algo de fantasía. Un bebé no puede vivir más de una semana sin alimento alguno, además nadie lo vio, así que se supuso que tampoco podía moverse del sitio donde estaba. Eligieron esperar, esperar a que se muriera de una vez, para poder seguir durmiendo o cometiendo sus abusos por las noches. Y sí, la solución era esa misma, esperar, pero yo lo vi. Casi dos semanas de lloros constantes, cesaron de repente. En ese momento estoy segura de que toda la cárcel estuvo aliviada por fin, pero no por mucho tiempo. A media noche, el llanto volvió, pero esta vez no era tan fuerte como antes, pero mil veces peor. ¿Por qué motivo era peor? Los sonidos procedían del mismo pasillo. No había sentido tanto miedo desde hace mucho. Era más terrorífico que algunas de las torturas de los guardias de seguridad. Es en ese momento donde vi al feto, minúsculo. Era deforme y repleto de tierra. Aunque todo ocurriera a oscuras, pude reconocerlo. Pero me asusté demasiado, así que lo único que hice fue taparme con la manta e intentar dormir.

Al día siguiente, todo parecía normal, pero en nada, vimos algo que nos impactó a todas. La celda de la chica embarazada estaba vacía, con manchas de sangre en la cama y con varios guardias vigilando esta. Ellos nos golpeaban para alejarnos de la zona. Poco después los rumores empezaron a recorrer el lugar. La teoría más aceptada era que algún guardia la habría matado a golpes, sobre todo porque se enteró de que estaba embarazada. Aunque eso es ilógico, ningún guardia lo sabía, solo nosotras, pero supongo que era la explicación más razonable para ellas. Igualmente, quién me entendería…

Los meses pasaron y cada vez el ambiente era peor. Había aún menos comida, aumentó el aforo de la cárcel y por ende, los abusos. Para mi suerte, durante el transcurso de ese año en prisión, me rebajaron la condena por buena conducta. Ahora solo tenía que permanecer un año más allí y podría salir. Poco tiempo después hubo otro embarazo. Juro que no quise hacerlo, lo juro. Pero era una buena acción. ¿Quién iba a juzgarme por eso? Volví a aceptar la propuesta. Los métodos fueron los mismos, también era un feto de tan solo un mes, así que no hubo muchas complicaciones. Pero de nuevo tenía el mismo dilema. Con la criatura en mis manos, parcialmente envuelta en un trapo manchado de su sangre, pensé y pensé. Sin embargo, por un momento dejé de pensar y me limité a contemplar el feto. Por alguna extraña razón, me sentía muy apegada a él, pero era distinto. Sentía un impulso de posesión, quería que fuera mío en todos los aspectos. Quería que formara parte de mí. No sabría decir las razones que me llevaron a hacer este acto, tampoco me arrepiento de ello, nunca lo haré. Puede que sea por mi (justificada) obsesión, por la búsqueda de una solución o por la hambruna. Independientemente de eso, no pude evitar hacerlo. Consumí al feto, en ese mismo instante, crudo y fresco. Lo mastiqué. El sabor: curioso. La textura: algo desagradable, pero no hizo que parase. Me sentía bien, era la evolución natural del amor. ¿Quién iba a juzgarme por eso…?

Así pasé los siguientes meses, llevando a cabo abortos y consumiéndolos. Sé que no era lo mejor para mi salud, después de consumirlos me sentía bastante mal por días, pero merecía la pena. Me sentía más unida a ellos que guardándolos en botes, era satisfactorio, mi ritual espiritual. A veces pienso que esos malestares eran regalos de los propios fetos, al estar vomitando y teniendo diarrea alejaba a cualquier guardia que quisiera abusar de mí. Pero no siempre tuve suerte. Abusaron sexualmente de mí dos veces. Dentro de lo que cabe, no fueron muy agresivos, casi no tenía heridas después de esos encuentros. Al ver esas prácticas casi a diario, al tocarme a mí pude controlarme. Es verdad que la primera vez que ocurrió lloré por días, pero la segunda vez ya lo tenía normalizado. Pero esa segunda vez… Me destrozó por completo. Ese guardia puso una semilla en mí.

Me enteré al mes y medio de que estaba embarazada, me costó, ya que los malestares que sentía los confundía con los que me generaban las criaturas que comía. Tan solo faltaban siete meses para salir de aquí, pero ahora tenía ese gran problema. Pensé en abortar varias veces, ¿pero cómo? Yo era la única que podía hacer hazañas. Y así pasaron los días y semanas. Estaba indecisa, tenía miedo y no sabía qué hacer. Mi barriga crecía y los guardias lo notaron, ya no me miraban con deseo. Por absurdo que parezca, eso me hizo sentir mal. Tenía planeado esperar y que con mi amado pudiéramos tener al bebé, aunque sería muy duro para él. Si ya estaba afectado por lo que pasó hace casi dos años, no sabía cómo iba a reaccionar con una noticia aún peor.

Faltando tan solo dos meses para irme de aquí, ocurrió una desgracia. Ese día tocaba lavarse y el agua a tan alta presión cada vez dolía más en mi vientre. Aparte, mis defensas estaban más bajas de lo habitual por lo obvio, estaba cultivando a un niño en mi interior. Pero eso fue ignorado por los guardias, no les importaba tu estado, ellos hacían su trabajo y ejercían el poder que querían. Así que mientras me lavaban, me mareé. No podía más y me caí. La caída no fue de espaldas, sino de cara, golpeándome fuertemente en la barriga. Después de esa caída, me desmayé por el dolor. Al despertarme, me encontraba en la enfermería de la cárcel, un sitio al que muy pocas personas accedían, pero allí estaba yo, rodeada de doctores y enfermeras esperando a que me despertara. Ellos mostraban una expresión triste hacia mí, yo no entendía nada, hasta que me dieron la noticia: el bebé no había sobrevivido al impacto. Resulta que el feto murió y tuvieron que removerlo. Instintivamente, empezaron a brotar lágrimas de mis ojos, los doctores se disculpaban y compadecían de mí por el trágico suceso. Ellos no lo estaban entendiendo, estaba llorando de alegría.

Y por fin pude salir de allí, la cárcel había terminado. Ya podía retomar mi vida, mi amado me esperaba fuera para llevarme a casa con su coche. Yo estaba feliz, aunque él estaba algo nervioso. Fue durante el viaje que me dijo que estaba enterado del aborto. Le intenté tranquilizar, pero ese hecho lo tenía consumido. Temblaba y lloraba. Yo me sentía frustrada, sin saber qué hacer, pero nadie estaba atento a lo importante. Estábamos en la carretera y mi amado perdió el control sobre el coche, chocándonos contra otro coche de frente. Fue un accidente horrible. Por suerte los dos sobrevivimos, él estuvo ingresado unos días por las heridas y yo igual, pero… mi vida se desmoronó por completo. Resulta que en el accidente, me partí la médula espinal, quedándome en un estado de parálisis constante. No podía moverme, no podía comunicarme, solo podía pensar y mirar. Tras esta gran desgracia, mi amado decidió hacerse cargo de mí, aunque con mucha tristeza. ¡Qué desgracia! ¡Toda mi vida es una desgracia!

Y allí estaba, inmóvil, en mi cama y mi amado, durmiendo profundamente por sus pastillas. Estaba completamente sola, pero no por mucho tiempo. Después de mi aborto natural, pensé en ese feto, en lo que podría llegar a hacer. Pero al no escucharse llantos y no ser un aborto provocado, dejé de pensar en ello. Ya no tenía miedo. Pero no era así, ese llanto… Ese llanto que he escuchado durante gran parte de mi vida, volvió. Yo no quería creérmelo. Tan solo quería dormir y olvidarme, pero la cosa empeoró. Noté como algo me tiraba de la manta, era él. El feto que aborté en prisión, estaba escalando la cama. Ya allí tenía, cara a cara, madre e hijo. Encima de mi pecho se encontraba lo que quise dejar atrás, todo mi pasado, pero ahora sería mi final. Incapaz de hacer nada, me limité a horrorizarme y llorar en silencio. El bebé hizo cosas esperpénticas, cosas sin sentido, pero que eran torturas. Al tener cinco meses, este tenía las manos más desarrolladas y empezó a arrancarme pelos, específicamente de mi brazo. Iba uno a uno. Cuándo acabó con los dos brazos empezó a morder mi cabello. Tampoco podía hacer nada, ya que no tenía dientes, pero lo intentaba, aunque me arrancó varios mechones de pelo, el dolor era indescriptible. Tras esas acciones, se acercó a mi cara. Era repulsivo. Estaba podrido y olía a descomposición. Al acercarse solo me miró, estaba echándome su aliento constantemente por su mala respiración, parecía que lo hiciera a propósito. Así estuvo casi media hora, pero aún había más. El feto me quitó la manta y abrió mi camisa. Este intentó mamar de mi pecho sin éxito.

Esta situación estaba llegando a extremos desagradables y el feto culminó con su cometido, llevando a cabo su última acción. Yo no sabía por qué me tenía que estar ocurriendo a mí. ¡No aborté! ¡Fue natural! ¿Acaso estoy marcada? Aunque esas dudas no importaban, en este punto solo podía esperar una muerte horrible por parte de mi propio hijo. Con poca fuerza, el feto pudo introducirse en mis pantalones. Allí empezó a hacer lo mismo que con el vello corporal de mis brazos. Empezó a arrancarme el vello púbico, uno a uno. Era su entretenimiento, era una acción inocente de su parte. Algo que le brindaba genuina diversión como a cualquier niño, pero sin ser consciente de lo que hacía, menos lo que pasó después.

Parecía que todo estuviera premeditado, pero sé con certeza que no era así, sino que era instintivo. Por dentro estaba destrozada, tenía miedo y asco. Entonces el niño lo hizo. Empezó a introducirse en mi vagina, estaba intentando volver al útero. Yo agonicé y sentía un dolor terrible, aparte de estar desangrándome. Sabía que no iba a sobrevivir, este era mi final. Muerta al lado de la única persona que se preocupaba por mí y mi hijo dentro de mí. Aunque me haya arrebatado la vida, no puedo enfadarme. Es una pobre criatura, él me quería. Quería nacer, quería que no lo abandonase. Eso me hace pensar… ¿Todos esos fetos que guardé, también buscaban a sus madres? ¿La  mujer que murió en prisión tuvo un destino similar al mío? En mi vida no aprendí nada, tan solo hacía hazañas por amor a la vida, aunque siempre estuve matando. Es irónico. Son pobres bebés sin madre, ellos tan solo querían volver al origen.

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