La maldita niña

Dos amigos tienen planes a futuro, pero antes de que se cumplan, una misteriosa niña les codena de por vida.

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Tan solo faltaba un mes, tan solo faltaba un mísero mes. Mi amigo Paul me dijo de quedar para ver películas juntos comiendo una pizza, como siempre. Es tradición para nosotros, desde los quince años lo hacemos. Incluso de esa forma nos conocimos, en el cine, viendo una película, específicamente de terror, nuestras favoritas. Esa noche iba a ser como cualquier otra, Paul iba a venir a mi casa y comeríamos una pizza de jamón y otra de carbonara. Tan solo faltaba comprarlas, ya que en mi casa no tenía ninguna por la última quedada que hicimos. Antes de ir al supermercado, quedamos para pasear un rato. Esa tarde era especialmente nublada, además de que ya estaba oscureciendo más temprano al ser otoño. Las vistas eran deprimentes, un pueblo casi fantasma, sin sol alguno y suciedad por todas partes, lo odiaba. Por suerte, no quedaría mucho tiempo para que me fuera de allí con Paul. Teníamos pensado mudarnos.

Una vez en el supermercado, empezamos a buscar las pizzas, pero Paul quiso también coger más comida basura para el viaje que tendríamos el día siguiente. Teníamos pensado ir a visitar la ciudad dónde íbamos a vivir tan solo un mes después. De lo que dijo, empezamos a hablar más sobre la mudanza. La verdad, me puse contento. Aunque sí es verdad que la población aquí había subido de repente, seguían siendo muy pocas personas para hacer del pueblo un buen lugar. Es un sitio muy limitado y pobre. Pero una niña, una niña nos interrumpió: —Hola, ¿podéis darme una pizza, por favor?

Al escuchar esa voz aguda que provenía desde detrás de nosotros, nos giramos y la vimos. Una pequeña niña de no más de diez años, con una piel muy clara y melena pelirroja atada en dos trenzas, las cuales peinaban sus hombros. También llevaba un vestido amarillo y sandalias. Era una dulzura de niña, desde su infantil rostro lleno de pecas, hasta su agradable voz. Pero me negué, no le quise dar una pizza. —Lo siento niña, vamos muy justos de pasta. Dile a otro de por aquí, alguna viejita, esas te darán algo fijo. —La niña, tras escuchar mi negación, se fue triste y desapareció de nuestra vista. Paul se quedó algo preocupado. Durante un momento, estuvimos hablando sobre la chica. ¿Por qué nos pidió comida? ¿A caso no tiene padres? Mi amigo del alma no paraba de preguntarse esas cosas, pero al fin y al cabo estaba de acuerdo conmigo: no podíamos ir dando comida a la ligera. Además, ¿qué familia pobre puede pagarse un vestido como el que llevaba la niña? Y no tan solo eso, el calzado e incluso la higiene de la chica, parecía una muñeca de porcelana.

Independientemente de eso, al fin pagamos la comida y salimos del supermercado. Los dos ya estábamos impacientes para ver unas cuantas películas, Paul había traído nuevo repertorio. Pero la noche no iba a ser tan fácil. Cerca de mi casa, a pocas calles. Era una zona algo solitaria, más de lo normal. En esa zona empezó el terror de nuestras vidas. De la nada, aparece una niña de entre las sombras, su largo cabello negro ocultaba su rostro. Paul no supo hacer nada más que soltar una broma comparándola con un fantasma japonés. Aun siendo una niña y estando de broma, me daba mala espina. Nosotros nos limitamos a andar hacia adelante, sin hacer contacto visual con ella, pero al acercarnos, fue ella quien hizo ese contacto.

La niña dirigió su cabeza hacia nosotros y su pelo se movió, para mostrar su rostro. Si su apariencia inicial ya era siniestra, al estar cerca y poder ver su cara era aún más terrorífico. Ella iba con un vestido desgastado y lleno de manchas negras, tan oscuras como su pelo. Pero no tan solo eso, sino que su piel era exactamente igual. Un color grisáceo para nada sano, recubierta de esas mismas manchas. Era como si le hubiera salpicado petróleo o fuera un metal oxidado. Paul y yo nos sobresaltamos e incluso gritamos del susto. Reaccionamos alejándonos lentamente, nos habíamos visto algo así en nuestras vidas, pero la niña daba cortos pasos a una velocidad más reducida que la nuestra. Su andar era pesado, con poco equilibrio. No sabíamos qué hacer, por un momento, pensé que podría ser la niña que vimos antes, pero Paul me llamó loco y que solo estaba relacionándolo al sentirme mal por lo que pasó. Tenía sentido, esta niña no era normal, además su pelo era oscuro, no pelirrojo, aunque su vestido era casi idéntico.

Mientras cruzábamos palabras, la niña avanzaba, pero de repente hizo un gesto que determinaría la superioridad en este encuentro: la joven empezó a correr a cuatro patas. La histeria en la que entramos en ese instante, era demencial. Instintivamente, empezamos a correr. Yo no soy un buen corredor, pero igualmente, estaba consiguiendo alejarme de ella. Pero estábamos equivocados, la estábamos subestimando. Su habilidad para correr a cuatro patas era superior a nosotros y me alcanzó, saltando sobre mí. Ella me tiró y estuve cara a cara con ella. A esta corta distancia pude ver sus ojos en blanco y oler su aliento putrefacto. Yo estaba temiéndome lo peor, pensaba que no íbamos a salir de esta. Pero Paul, armado con un tubo de metal, despidió a la joven de un golpe. Ya liberado, pude escapar con Paul. Aun así, la chica seguía persiguiéndonos, aunque ahora más torpemente. Al girar varias calles, ya no nos pudo seguir el rastro, escapando con éxito de esa criatura. Subimos a mi casa para estar a salvo y lo cerramos todo. Sabíamos que esa noche no dormiríamos tranquilos. Pero estábamos más seguros que antes, y difícilmente podría entrar una niña de diez años, aunque esté poseída. Entonces le pude confirmar a Paul lo que pensaba. Al tener a la chica tan cerca de mí y verle el rostro con claridad, lo supe: —Paul, es la misma niña. Ese monstruo es la misma maldita niña.

Al principio de la noche estábamos tan alterados que tan solo hablamos de nuestras cosas para olvidar lo que pasó, pero al final, nos animamos a poner alguna que otra película. Eso sí, no pensábamos ver películas de terror esa noche. Al final nos quedamos dormidos en el sofá y dormimos bien. Pensábamos que era un hecho aislado, sin más, una anécdota para no contarle a nadie. Nuestras vidas transcurrieron con normalidad, fuimos a visitar la ciudad donde viviríamos. Era estupenda, me daban ganas de quedarme ya, pero teníamos que volver. Al ir en coche, estábamos muy tranquilos al saber que no nos encontraríamos algo extraño. Pero yo vi algo, creí ver algo. Sigo sin estar seguro, pero al mirar por la ventana, la vi deambulando. Sí, a la maldita niña. Pero fue fugaz, como he dicho, ni estoy seguro, pero actualmente creo más que sí pasó. Ese pequeño detalle no se lo comenté a Paul y le dejé en su casa. Por suerte, no pasó absolutamente nada.

Casi una semana pasó desde el incidente y ya casi ni lo teníamos en mente, tan solo algún incómodo pensamiento pasaba por mi cabeza. Aunque sin esperarlo, pasó otra vez. Estaba con Paul andando por la calle, eran tan solo las ocho de la mañana. Teníamos que hacer papeleo y estábamos yendo al edificio al cual nos citaron. Era otro día nublado, como de costumbre, pero las nubes eran de un color gris claro. Además, esta vez también había algo de neblina, era bello en cierto modo. Pero lo próximo que pasaría, reviviría otra vez ese miedo vivido anteriormente. A mitad del camino, volvió a aparecer la maldita niña. La vimos a lo lejos, saliendo de entre la niebla. Nosotros entramos en pánico, pero la niebla esta vez era nuestra aliada. Paul me susurró que deberíamos escondernos, así evitaríamos confrontarla. Aun con miedo, pudimos pensar lógicamente. Miré a mi alrededor y vi un pequeño espacio entre dos edificios donde cabíamos perfectamente. Le hice una señal a Paul y entramos en ese estrecho pasillo. Era más largo de lo que pensaba, incluso había varios caminos, pero encontramos uno perfecto. Al girar en una esquina de ese trecho, por alguna razón, había dos huecos, uno delante de otro. Paul y yo nos escondimos allí, cada uno en un hueco y nos mantuvimos en silencio. A lo mejor suena algo exagerado escondernos tanto, pero no estábamos seguros de lo que pasaría, era una situación de vida o muerte, literalmente.

Tras pocos minutos de estar escondidos, nuestro terror aumentó. Volvimos a subestimarla. La maldita niña había entrado en el hueco. Puede que ya nos hubiera visto antes, o a lo mejor tiene un instinto muy desarrollado. Independientemente de eso, la chica estaba cerca de nosotros. Los dos estábamos completamente indefensos, aquí no había ninguna tubería que nos salvara el pellejo. Tan solo podíamos rezar para que no nos viera. Sus pasos lentos resonaban y se acercaban cada vez más. En un punto dado, a pesar de no poder verla, supimos que se encontraba en la esquina donde se separaban dos caminos, uno siendo donde nos encontrábamos nosotros. Por suerte, pasó de largo. Paul y yo pudimos estar más tranquilos, pero esa paz interior no duró mucho al escuchar los pasos volver. Solo había dos posibilidades: que la niña pasara de largo rindiéndose al no encontrarnos o mirar cada recoveco de esta zona.

La suerte nos acompañó una vez, pero no dos. La maldita niña se dirigió al pasillo donde nos escondimos, aunque aún había algo de esperanza. Al tener un pelo tan largo, su visión era reducida. Eso significaba que era posible que pasara por el pasillo y no viera los huecos en los que estábamos. Segundos después de escuchar los pasos de la joven cerca, pasó por delante de nosotros. Allí estaba, andando con desgana, luciendo igual que la última vez que la vimos. Y pensar que todo esto nos estaba pasando por una pizza. La chica pasó de largo sin ver los huecos, pero teníamos claro que iba a volver a pasar para salir. Inmóviles como estatuas, dejamos de respirar al volverla a ver pasar delante de nosotros. No podíamos jugárnosla. Pero la chica por alguna razón se paró. Estaba claro que se olía algo, pero no estaba muy decidida. No intentó girar la cabeza para comprobar que estaba a su alrededor, pero parecía que nos podía sentir. Ya llevaba rato quieta, así que tuvimos que volver a agarrar aire. Yo lo hice de forma disimulada y no se dio cuenta, así que Paul hizo lo mismo, pero al agarrar aire, se escuchó. De la nada, la chica gira su cabeza a Paul y grita, para seguidamente balancearse sobre él. Paul estaba intentando parar a la chica de hacerle cualquier daño, la intentaba agarrar de sus muñecas y empujar su frente con la palma de su mano. La niña por su parte, aun sin entender cuál era su propósito, arañó a Paul con sus uñas. Yo que me encontraba detrás de tal grotesca escena, actué. Agarré a la niña del pelo y tiré de él con gran fuerza. Por el tirón, se cayó de espaldas contra el suelo. Paul automáticamente le propinó varias patadas en su estómago, y yo, seguidamente, puntadas en su cabeza. En ese momento me daba igual llegar a matarla, a mi parecer, era defensa propia y estaba totalmente justificado.

Tras la golpiza, la niña no se movió más. Estaba totalmente inconsciente. —¿Está muerta? —Preguntó Paul. Al plantearse esa duda, nos miramos fijamente entre nosotros. Ninguno quería comprobar eso, teníamos miedo de que estuviera fingiendo. Aunque al final, Paul se decidió y se acercó a ella, tocándole el pecho para notar su corazón. —No late, está muerta. —Dijo Paul. Pero yo, desesperado y con miedo, dije: —Acaso… ¿antes estaba viva? —Paul me miró y no dijo nada.

Después de este segundo incidente, teníamos claro que podía volver a pasar de nuevo. Por alguna razón, esa niña poseída nos quería matar, aunque ella tuviera que volver a morir. Y dicho y hecho, días después, por la calle, la niña apareció para atacarnos a Paul y a mí. Pero esta vez estábamos preparados. Poco después del segundo ataque, Paul y yo acordamos llevar algún tipo de arma por si nos volvía a pasar. También teníamos una cosa clara, ella solo aparecía cuando los dos estábamos juntos y en la calle, nunca aparecía en interiores. Este nuevo encuentro, era una especie de prueba, un experimento el cual nos iba a dar respuestas y tanto que lo hizo. Cuando apareció, Paul y yo sacamos nuestras armas. Yo traje un palo de golf y Paul varios cuchillos de cocina, aparte de haber recogido la tubería con la que me salvó la primera vez. La maldita niña volvió a ponerse a cuatro patas, corriendo hacia nosotros. Cuando estaba a la distancia adecuada, le di un golpe con el palo de golf. Fue un golpe limpio, en su rostro, se quedó algo descolocada. Sin rechazo alguno, la niña volvió a recolocarse e intentó atacarnos de nuevo, entonces Paul le dio con la tubería en la espalda. Por el golpe, se quedó estampada contra el suelo y Paul sacó uno de sus cuchillos. —Vamos a ver de qué está hecha. —Dijo Paul cortando el brazo de la joven. Del corte, salió un líquido negro como el que se encontraba en todo su cuerpo. —¿Esto es sangre? —Pregunté asqueado. —Es como si se hubiera drenado todo, esta chica está podrida por dentro y por fuera. —Comentó Paul.

Desde ese momento lo teníamos claro, la maldita niña era inmortal. Además, entendíamos su funcionamiento, cosa que nos dio una idea, una gran idea. Se acabó contener la ira, se acabó reprimir esos malos sentimientos. Dicen que golpear objetos puede ser una forma de liberar el estrés o la tensión acumulada, algunos le llaman a eso “terapia de golpes”. Y yo estoy muy de acuerdo con ello. Si queríamos quedar Paul y yo, podíamos hacerlo en mi casa o en la suya. Si lo que buscábamos era desquitarnos con nuestros problemas del día a día con tu mejor amigo, salíamos a la calle para encontrarnos con la maldita niña. Durante esas últimas semanas, salíamos a menudo, la mudanza nos daba problemas. Así que nos divertíamos matando una y otra vez a ese monstruo repelente. A veces no hería, pero era parte del juego, al final, nos lo pasábamos muy bien. Probamos todo tipo de armas, incluso llegamos a descuartizarla, pero como siempre, ella volvía intacta la siguiente vez.

Estábamos disfrutando de este pueblo como nunca antes, pero esto solo iba a ser temporal. Faltaba poco tiempo para irnos de aquí y empezar juntos una vida en la ciudad. Y llegó el último día, o sea, ayer. Salí a la calle para ir a comprar tabaco, cuando vi a la niña. No me lo podía creer. El miedo que sentí la primera vez que nos la encontramos volvió. ¿Cómo era posible que la maldita niña apareciera sin Paul conmigo? Lo que hice fue intentar irme, pero ella ya empezó a correr a cuatro patas. Por suerte, llevaba una navaja conmigo por si tenía una emergencia, así que la usé. Cuando estaba a punto de atraparme, le corté. Igualmente, llegó a empujarme al saltar sobre mí. Ella yacía en el suelo y miró su mano, la cual estaba cortada. Aproveché ese momento para propinarle varias puñaladas en varias partes de su cuerpo. Desde el torno hasta en su cara. Herida y arrastrándose, seguía queriendo atacarme, pero yo no iba a dejarla así. Con fuerza, empecé a hundir mi suela en su cráneo. Le pisé la cabeza repetidas veces. No le dejaba ni un respiro, le estaba deformando la cara a pisadas, cada vez que intentaba levantar la cabeza, estaba yo para hacerla rebotar contra el suelo. Hasta que perdió el conocimiento como de costumbre. Me sentí muy aliviado. En ese momento empezó a gotear, iba a llover, así que pensé que lo mejor era volver a casa, pero de repente vi a alguien. Había un testigo. Por primera vez, alguien vio lo que hacíamos a escondidas en barrios desérticos. Se trataba de una señora mayor, la cual, aterrorizada, sacó su teléfono para llamar a la policía. Yo no tenía miedo, porque obviamente no iba a pasar nada, era imposible que encontraran este cuerpo, y si lo hicieran, sabía que no había hecho nada mal. Seguía siendo un monstruo sacado del infierno, nadie podía culparme por eso. Entonces volví a dirigir mi mirada al cuerpo de la niña, y allí fue cuando lo vi: el cuerpo era el de la niña pelirroja, la dulce niña del supermercado.

—El resto ya es historia. Hoy tendría que ir a mudarme, pero aquí me tienen, arrestado. Pero se lo digo agente, todo y absolutamente todo lo que he dicho es lo que pasó. Si creen que estoy loco, pueden hacerme las pruebas psicológicas que hagan falta. Yo estoy totalmente cuerdo.

El policía con una mirada fría y sin ningún tipo de expresión facial dijo: —De acuerdo…

De repente, una mujer abre la puerta de la sala de interrogatorios. —Michael, hemos hablado con su amigo, Paul. Dice que antes de que le arrestáramos, la niña entró en su casa y lo atacó. Estaba indefenso y lo único que pudo hacer fue lanzarle un trozo de pizza. Después de rechazarlo le preguntó qué quería y le dijo las palabras.

—De acuerdo.

En ese entonces yo no entendía absolutamente nada. ¿La niña no estaba muerta definitivamente, atacó a Paul y de qué palabras hablan? —¿Qué está pasando aquí? ¿Paul está bien?

—Creo que puedes verle, ven. —Dijo la mujer.

Una vez fuera de esa sala, me llevaron a otra donde se encontraba Paul, junto a varios policías. —Oye, sé lo que te ha pasado. Yo me la encontré poco después, se había colado en mi casa. —Me dijo Paul, algo asustado.

Yo cada vez tenía más miedo y estaba desconcertado —¿Qué te pasó? Estás herido.

—Sí, me atacó. Justamente estaba cenando pizza y se la di, pensando que eso era lo que quería desde el principio. Pero estábamos equivocados, desde el principio. Le pregunté qué quería de nosotros, que por qué nos hacía esto. Y dijo: “No os vayáis de aquí”.

—¿”No os vayáis”? ¿De dónde?

—Creo que se refiere del pueblo, creo que todo tiene que ver con la mudanza. No sé por qué, pero yo acepté. Le dije que no.

—¿Por eso nos visitó esta vez solos…? No lo entiendo.

—Yo tampoco entiendo nada, pero se fue. Era la primera vez que se retiraba. Creo… creo que no va a volver si no tenemos intención de irnos.

No sabía qué pensar. Solo me rondaban preguntas en mi cabeza. Seguía sin entender nada. Pero lo que más me desconcertaba, eran las caras de los agentes. Sin expresión alguna, como si escuchar esto fuera su pan de cada día, hasta que lo pensé un poco más. Ellos claramente sabían de qué iba todo. “Le dijo las palabras”, esa mujer sabía con lo que estaban tratando. —¡¿Acaso tenéis el cuerpo de la niña?! No, ¿verdad? ¡¿Qué ocultáis?!

Todo el mundo me estaba ignorando. —Podéis iros. —Dijo la misma mujer que me acompañó a la sala.

—¿Irnos? ¿Sin más? —Dije confuso y cabreado.

—No hay cargos, podéis iros. Las palabras que le dijeron a Paul pueden ser la solución. Aquí sois vosotros las víctimas.

—Vámonos, creo que ya es suficiente. Prefiero vivir en paz. —Dijo Paul levantándose de la silla.

Sin poder hacer nada más, asentí y me fui con Paul. La mudanza fue cancelada y no nos fuimos del pueblo. Los días, las semanas y los meses pasaban. Cada vez la población crecía más, y nosotros, nunca más volvimos a ver a la maldita niña.

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